A
Marina y Ángel
A la sombra de la Tinta –que no digo de la
Mancha, pues sería desmesurado- me contó un tal Quijano, que al otro lado de
las montañas, donde los bosques trocan en océanos de arena, Josef y Miriam contemplaron
por horas aquel regalo del cielo, como si se tratase de una joya, una luz
extraña de otro mundo, un ser fabuloso. Aunque sabían del portento anunciado a
las generaciones por los videntes de su pueblo, perplejos observaron a éste que
balbuceaba “dad, dad, dad...” pues darse sería su sino, darse por ellos y por
nosotros y por ustedes, que de la tinta de sus almas extraen el zumo del amor y
la belleza.
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